Didier es un personaje extraño que trabaja con nosotros desde hace cuatro meses. Cada mañana llega vestido como un pincel, me saluda con un beso y se sienta en su mesa sin volver a mirarme en casi todo el día. Yo le suelo hablar pero sólo me contesta con monosílabos, asi que he decidido que nuestra comunicación roce el cero.
La gente especial suele no dejarme indiferente y muchas veces me descubro observándole mientras paso horas en netmeetings. Miro su ropa, su corte de pelo. Se muerde las uñas y al hacerlo cierra los ojos.
Vale. Lo confieso. Me cae bien.
Lo mejor es que hoy, su compañera de mesa, Jeanne la invisible, ha encontrado una cajita envuelta en papel brillante con un gran lazo blanco.
Al abrirlo he visto que era un jardín japonés en miniatura, de esos que tienen arena blanca y un rastrillito. Ideal.
Merci Didier.
Me encanta descubrir joyas envueltas en pedazos de hielo con las uñas mordidas.