Sólo tengo dos enormes ventanas en mi habitación, y en días como estos, días de lluvia lenta y continuada, hubiera preferido no tener más que una.
Mi única ventana estaría cerrada con unas pesadas cortinas fabricadas para algún escenario. La mantendría oculta, no la abriría ni me dejaría ver a través de ella. Estaría olvidada en medio de la pared, como un cuadro que con el tiempo dejas de notar, se convertiría en la ventana invisible.
Odio la lluvia, la odio a muerte, tanto para estar en la calle como para quedarme apagada en casa, no me relaja, no me divierte, no me transmite ninguna sensación agradable.
Quizás no es la lluvia, es más bien la falta de sol, el cielo apagado lo que me entristece. Me cuesta salir, me cuesta coger las riendas del día...
Tengo clase a las 4 y ni el café doble que me acabo de tomar consigue darme aliento para coger la caja de pinturas, los pinceles y salir corriendo hacia la Academia.
Lisette me ha llamado, estaba preocupada por mi ausencia en los pasillos. He faltado a clase los mismos días que la lluvia está escurriendose sobre la ciudad, la misma lluvia que desdibuja los perfiles que podría estar viendo desde mi única ventana.
El patio interior está vacio de vida, muerto, despegado de la tierra. Nuestro árbol reposa fatigado y con una mirada triste, no levanta sus ramas, estas parecen agotadas, me recuerdan a mis brazos inertes, incapaces de lanzarme fuera de mi habitación con dos enormes ventanas...
Nuestro vecino de abajo, el señor Jennepin, ha vuelto a casa después de varias semanas de reposo en casa de su nieto. Todavía no lo conozco, pero mi benefactora y compañera de ático, Colette, me ha dicho que es la bondad personificada, la sensibilidad envuelta en un cuerpo enfermo.
Su rostro es desconocido, pero lo imagino a través de la música que transpira por su techo, que es mi suelo, sus melodias envuelven mis despertares cuando lucho por no salir de mi sueño, me acarician, me desvelan suavemente y me acompañan hasta más allá del café con sacarina y tostadas.
Según Colette, "Mon Monsieur Jennepin" ( como ella lo llama) , fue un gran profesor, uno de los más aclamados en su tiempo, un virtuoso del violin que, ahora, ya olvidado por casi todos, consume sus ultimos días sin querer apagar sus cuerdas.
Sigue lloviendo, no saldré de casa, me quedo con mi ventana y unas notas que me acompañan...
Mi única ventana estaría cerrada con unas pesadas cortinas fabricadas para algún escenario. La mantendría oculta, no la abriría ni me dejaría ver a través de ella. Estaría olvidada en medio de la pared, como un cuadro que con el tiempo dejas de notar, se convertiría en la ventana invisible.
Odio la lluvia, la odio a muerte, tanto para estar en la calle como para quedarme apagada en casa, no me relaja, no me divierte, no me transmite ninguna sensación agradable.
Quizás no es la lluvia, es más bien la falta de sol, el cielo apagado lo que me entristece. Me cuesta salir, me cuesta coger las riendas del día...
Tengo clase a las 4 y ni el café doble que me acabo de tomar consigue darme aliento para coger la caja de pinturas, los pinceles y salir corriendo hacia la Academia.
Lisette me ha llamado, estaba preocupada por mi ausencia en los pasillos. He faltado a clase los mismos días que la lluvia está escurriendose sobre la ciudad, la misma lluvia que desdibuja los perfiles que podría estar viendo desde mi única ventana.
El patio interior está vacio de vida, muerto, despegado de la tierra. Nuestro árbol reposa fatigado y con una mirada triste, no levanta sus ramas, estas parecen agotadas, me recuerdan a mis brazos inertes, incapaces de lanzarme fuera de mi habitación con dos enormes ventanas...
Nuestro vecino de abajo, el señor Jennepin, ha vuelto a casa después de varias semanas de reposo en casa de su nieto. Todavía no lo conozco, pero mi benefactora y compañera de ático, Colette, me ha dicho que es la bondad personificada, la sensibilidad envuelta en un cuerpo enfermo.
Su rostro es desconocido, pero lo imagino a través de la música que transpira por su techo, que es mi suelo, sus melodias envuelven mis despertares cuando lucho por no salir de mi sueño, me acarician, me desvelan suavemente y me acompañan hasta más allá del café con sacarina y tostadas.
Según Colette, "Mon Monsieur Jennepin" ( como ella lo llama) , fue un gran profesor, uno de los más aclamados en su tiempo, un virtuoso del violin que, ahora, ya olvidado por casi todos, consume sus ultimos días sin querer apagar sus cuerdas.
Sigue lloviendo, no saldré de casa, me quedo con mi ventana y unas notas que me acompañan...
1 comentario:
Odias la lluvia...el sonido de las gotas de lluvia mientras duermo en mi cama es una sensación maravillosa...ya ves, no soporto el ruido del despertador, ni los tic.tacs de los relojes, pero las gotas de lluvia escuchadas desde la habitación son las notas musicales que adormecen mis sentidos y abren las puertas de mis sueños...
Yo era de los que odiaba la lluvia cuando me sorprendía en la calle, sin paraguas...hasta que un día decidí dejarme invadir por ella...Pocas sensaciones como las gotas de lluvia golpeando mi cara...hasta tal punto me gusta que en el spa donde voy tienen una ducha con agua nebulizada que recrea la misma sensación...pero caminar y dejar que de vez en cuando la lluvia te acaricie la cara es sentirse un poco más libre...más libre de uno mismo, que a veces también es saludable dejar las cadenas personales que todos arrastramos y liberarnos un poco...además, recuerda, pintora, que la extraordinaria luz que tiene un atardecer en París después de la lluvia es gracias a ésta, precisamente...La lluvia...
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