viernes, 28 de diciembre de 2007

Jeanne y la Navidad en Normandia

Después de varias horas en un precioso tren que me ha hecho recordar el inicio de mi peregrinar, tras recorrer campos y campiñas, tras unas breves paradas y el encuentro con un viejo, digamos, recuerdo del pasado, perfectamente trajeado y acompañado de una discreta maleta, he llegado a la tierra que acuna mis raíces, a mi Mar del Norte, a mi Normandia

Mi tío Guy, el hermano de mi madre, que desde que murió mi abuela comparte techo con mis padres, ha venido a buscarme a la estación en su clásico Citroën, al que el paso del tiempo no ha conseguido vencer.

Mi llegada no podía estar rodeada por una gran bienvenida, ya que hoy es día 28 de Diciembre, y la Navidad, lo que se dice la Navidad, ya ha pasado, por lo que los estómagos están cansados de celebraciones, las mesas vestidas con manteles inundados de pequeños estanques coloreados, y los espíritus de los celebrantes agotados por unas esperanzas no satisfechas, por unas inquietudes no calmadas y por un acuciante deseo de que los 365 días que les separan de la próxima vez, tarden siglos en arribar a puerto.

Sólo voy a quedarme unos días, el tiempo necesario para visitar a todos mis antiguos cercanos, a mis familiares desperdigados por la costa,…

Iré también a honrar a mis muertos, en un adorable cementerio junto al mar que durante años ha formado parte de mi niñez, con las visitas dominicales junto a mi abuela materna, aquellos paseos en los que íbamos recorriendo una a una las tumbas más antiguas, mirando las fotografías de los que fueron y ahora ya no lo son, escuchando sus historias desde una voz anciana, que los conoció a casi todos, y entre los no conocidos estaba mi favorito, mi gran desconocido, Félix-Croix, un actor que estaba de paso junto a su compañía, que fue a morir en tierra extraña, que fue enterrado lejos de los suyos, y al que nunca nadie fue a visitar. Por eso, él se convirtió también en el objeto de nuestras atenciones, limpiábamos su mármol, poníamos flores, le dedicábamos un tiempo que hasta nuestra llegada se le había negado, le devolvíamos la sonrisa de la cotidianidad, creo que dejó de echar de menos las visitas de los suyos, ahora los suyos éramos nosotras…

Con el paso de los años, aquellas visitas fueron cambiando, empecé a ir sola, ya que desde un Septiembre lejano, tenía una tumba nueva que mirar, una fotografía distinta que comentar, una imagen que yo misma había tomado, pero nadie tenia que contarme su historia, era una historia cercana, era también la mía….



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